Los impactos de aves siguen siendo el eslabón frágil de la seguridad aérea
Por Editorial VeN |26 de Octubre de 2025
¿Por qué los choques contra aves continúan siendo un problema operativo en la aviación moderna?
En la cultura de la aviación, la seguridad no es solo una norma, sino una forma de vida. Entre los riesgos más imprevisibles del entorno aeroportuario se encuentra el fenómeno de los choques contra aves, una amenaza que se traduce en daños a motores, parabrisas rotos y retrasos costosos. Año tras año, miles de incidentes reportados en todo el mundo recuerdan que incluso un solo impacto puede poner a prueba tanto la tecnología como la coordinación humana en un vuelo.
¿Por qué los choques contra aves siguen siendo una preocupación clave?
Aunque pueda parecer un riesgo menor, los incidentes de colisión entre aeronaves y aves —o “bird strikes”— representan una categoría compleja y multifacética. Las estadísticas muestran que en 2021 se registraron 15 556 choques contra aves solo en aeronaves civiles en EE.UU., dentro del marco del estudio 1990-2021 del Federal Aviation Administration (FAA) y otros organismos. Además, a nivel global, la International Civil Aviation Organization (ICAO) recoge cientos de miles de reportes de este tipo de eventos entre 2016 y 2021.
La fase crítica es aquella cercana al suelo: aproximadamente el 61 % de los choques ocurren durante la fase de descenso, aproximación y rodaje, mientras que un 36 % se producen durante el despegue o ascenso inicial. Estos datos revelan por qué la gestión de la vida silvestre en aeropuertos y los protocolos de prevención son tan significativos en el trabajo diario de operaciones.
Las cifras que obligan a actuar
Para dimensionar el problema basta con algunos indicadores de impacto económico y operativo. Los choques contra aves —y fauna en general— suponen daños anuales estimados en más de 900 millones de dólares solo para EE.UU., en aeronaves civiles y militares. Según la ICAO, solo un 11 % de estos eventos causa daños al avión, y un porcentaje mucho menor desencadena un accidente grave.
En muchos casos, los informes muestran que entre 2,83 y 8,19 choques por cada 10.000 movimientos en aviación civil han sido registrados en países estudiados. Y aunque el riesgo de daño grave es limitado, la pérdida de motores, la necesidad de inspección adicional o el desvío del vuelo implican costes operativos y de seguridad que no pueden ignorarse.
Factores de riesgo: migraciones, aeródromos y especies
Una lectura más fina del problema revela que no todas las aves, ni todos los aeropuertos, afrontan el mismo nivel de exposición. En Estados Unidos, por ejemplo, ciertas especies —como gansos y patos— representan una proporción significativa de los daños graves por su tamaño y vuelo en bandada. En el mundo, aunque los datos varían, se observa que aves passeriformes (“pájaros pequeños”) suponen un 22 % de los incidentes, aves costeras 11 % y rapaces 9 %.
Otro factor relevante es la temporada de migración. Los meses con mayor tránsito de aves coinciden con picos de riesgo en aeropuertos cercanos a rutas de migración. Algunos de los informes indican que la gran mayoría de los choques ocurren a altitudes bajas, menos de 500 pies (≈150 m)— lo cual explica por qué la gestión del entorno del aeródromo es tan crucial.
Un tercer aspecto es la ubicación y características del aeropuerto: aeródromos en zonas húmedas, proximidad de cuerpos de agua o basureros pueden atraer aves y elevar los índices de riesgo. La experiencia demuestra que la combinación de tráfico intenso, ángulo bajo de aproximación y presencia de fauna crea el escenario más comprometido.
Cómo actúan los aeropuertos y operadores para mitigarlo
La respuesta no es única, sino el resultado de una coordinación constante entre las áreas de operaciones, mantenimiento y control de fauna. En los aeropuertos modernos, la gestión del entorno se ha convertido en una tarea diaria que busca equilibrar la actividad aeronáutica con la presencia natural de aves y otros animales.
Uno de los pilares de esta estrategia es la gestión del hábitat. Se trata de modificar el entorno inmediato del aeródromo para hacerlo menos atractivo a las aves: controlar la vegetación, evitar fuentes de alimento y agua, y rediseñar los espacios verdes con especies de pasto menos favorables para anidar o alimentarse. En algunos aeropuertos, incluso se recurre a perros adiestrados para patrullar las pistas y ahuyentar aves sin causarles daño, un método que ha demostrado ser más eficaz y sostenible que los mecanismos puramente mecánicos.
La monitorización en tiempo real es otro componente esencial. Los sistemas de radar de avifauna permiten detectar el movimiento de bandadas en las proximidades del aeropuerto y anticipar su trayectoria. Con esta información, los controladores pueden alertar a las tripulaciones o modificar temporalmente los patrones de despegue y aterrizaje. La tecnología también se apoya en cámaras térmicas y en algoritmos de inteligencia artificial capaces de diferenciar especies y estimar riesgos según tamaño y velocidad.
La disuasión activa se suma a este esfuerzo mediante el uso de cañones acústicos, drones, láseres de baja potencia o sistemas de ultrasonido que generan estímulos molestos para las aves, sin afectar el entorno ni la seguridad de vuelo. En algunos casos, los aeropuertos combinan estos recursos con sonidos de depredadores grabados o con dispositivos visuales que imitan siluetas de aves rapaces, logrando un efecto de advertencia eficaz.
Finalmente, la ingeniería aeronáutica también ha evolucionado para enfrentar este tipo de riesgos. Las regulaciones de la European Union Aviation Safety Agency (EASA) y de la Federal Aviation Administration (FAA) establecen que los motores deben resistir la ingestión de aves de determinado peso sin perder su capacidad de vuelo controlado. Este estándar, fruto de años de investigación y pruebas, busca garantizar que un impacto inesperado no derive en una emergencia grave.
En conjunto, estas medidas muestran que la lucha contra los choques de aves no depende de la suerte, sino de una auténtica cultura de seguridad. Cada actor del ecosistema aeroportuario —desde los equipos de mantenimiento hasta los pilotos y gestores ambientales— participa en una red de prevención que une ciencia, tecnología y responsabilidad. Porque en el cielo, incluso los detalles más pequeños pueden marcar la diferencia entre un incidente y un vuelo seguro. lucha contra los choques de aves es cuestión de cultura de seguridad, más que de suerte.
Hacia dónde vamos: nuevos retos y tecnología emergente
A pesar de los avances, el problema no está resuelto. Se estima que aproximadamente el 80 % de los choques no se reportan, lo que sugiere que la dimensión real puede ser mucho mayor. En paralelo, la densidad creciente de aeronaves, la ampliación de flotas e incluso el cambio climático (que altera las rutas de migración) están introduciendo variables adicionales.
La investigación va en aumento: por ejemplo, el proyecto AirBirds ha generado un conjunto de datos con más de 118 000 imágenes de aves en aeropuertos reales, diseñadas para mejorar la prevención mediante visión artificial.
En este sentido, los modelos de inteligencia artificial, el análisis de comportamiento de fauna y la integración de datos meteorológicos, aeronáuticos y biológicos apuntan a una nueva generación de sistemas de predicción de riesgo.
Actualmente, los choques contra aves representan un reto silencioso pero significativo. No son muchas las noticias que destacan estos incidentes, pero sus efectos pueden ser dramáticos. Desde motores averiados hasta accidentes mayores, las estadísticas confirman que la combinación de fauna y aviación exige máxima atención.
Por ello, la colaboración entre pilotos, controladores, meteorólogos y equipos de fauna no es opcional: es esencial. Y aunque la aviación ha dominado el cielo, parte de su seguridad reposa ahora en comprender y gestionar un ecosistema vivo justo debajo del fuselaje.
Pero el futuro de esta amenaza no se limita solo a los aviones. El crecimiento exponencial de los drones civiles y comerciales abre una nueva dimensión en el mapa de riesgos aéreos. Los expertos comienzan a hablar ya de los “drone strikes”, incidentes que podrían reproducir los mismos efectos devastadores que los choques con aves, pero con consecuencias potencialmente más graves por el material y la energía cinética que implica una colisión con un dron.
La European Union Aviation Safety Agency (EASA) y la Federal Aviation Administration (FAA) han empezado a estudiar escenarios de impacto y protocolos de mitigación, conscientes de que la convivencia entre aeronaves tripuladas, drones y fauna silvestre exigirá nuevas normas, sensores más precisos y una cultura operativa basada en la anticipación y la gestión compartida del espacio aéreo. En un cielo cada vez más concurrido, la verdadera seguridad no dependerá solo de la tecnología, sino de la capacidad de aprender a coexistir entre alas, hélices y algoritmos.